viernes, 9 de octubre de 2009

Una fotografia (1ª parte)

Hoy mira esa foto en la que salen todos delante de la piscina de la casa de colonias donde solían ir de convivencia con el esplai del barrio. ¿Cuántos años han pasado desde ese día? Diez o doce años; demasiados para acordarse bien pero muy pocos cómo para poder olvidar a la peña a pesar del tiempo que hace que perdió el contacto con buena parte de ellos. Si bien el grupo de su edad (Invierno) era de unos quince chicos realmente su grupito era de cinco y como no podía ser de otra forma en la foto estaban juntos a pesar de estar rodeados por todos los que formaban Invierno. A la izquierda estaba Susana con su larga melena de rizos negros que tan poco le gustaban (“¿por qué no nací rubia?” Como solía decir siempre que salía el tema de nuestro aspecto o el de cualquier otro), su biquini turquesa le quedaba fenomenal con el color caramelo de su delicada piel y con la oscuridad de su cabello, sólo su triste mirada perturbaba la belleza de aquella chica que tantos corazones enamoró, sin ir más lejos el de Marcos, que situado a su izquierda había quedado retratado mirándola de reojo y perturbado por su cercanía. Aunque la había visto triste durante esos quince días que estuvimos allí en ninguna ocasión respondió a mis preguntas sobre qué la atormentaba. Dos días después de que volviéramos a casa me dijo que ese fin de semana se mudaba con su familia a Galicia y que no sabía cuándo nos volveríamos a ver todos. Espero que ese día llegue pronto pero ya he perdido la esperanza de que ocurra, sólo puedo desearle lo mejor en esta vida y que la felicidad no la abandone ningún día. A su lado Javier me devuelve la mirada con esa sonrisa alegre e inocente que aún conservaba, con sus quilitos de más es el que más ocupa del grupo pero sin embargo el que parece más contento. Todos los que le conocíamos sabíamos que esa sonrisa tan grande no era nada extraordinario sino lo más normal en él. Si hago memoria creo que sólo le he visto triste en cinco ocasiones y sólo una vez le vi llorar. Si consideramos que durante más de quince años he sido uno de sus amigos más íntimos eso dice mucho a favor de su alegría innata. A pesar de su sobrepeso no tenía ningún reparo en llevar un bañador naranja fosforito, como el que llevaba ese verano, que hacía imposible que no te fijaras en él. Pero describirle sólo como gordo no es hacerle justicia porqué una vez habías pensado “¡qué gordo está!” y te fijabas en su cara rechoncha mostrando esa sonrisa no podías seguir pensando que estaba gordo; no, sin duda era de una complexión más grande de lo habitual pero esa belleza especial que poseía (digo especial porqué de ninguna manera se le podía considerar muy guapo pero sus mofletes junto con su pelo rubio y esos grande ojos azules que lo miraban todo como diciendo que bonito que es el mundo y que suerte tengo de estar en él) hacía que lo vieras mucho más guapo de lo que era. Si entonces le hubieran dicho que dentro de seis años sería el típico chico cachas y bien plantado del que todas las chicas se enamoran y cuelgan posters en sus habitaciones no se lo hubiera creído y eso que no le hubieran mentido.

martes, 1 de septiembre de 2009

Dolor

Llevaba un buen rato corriendo bajo la lluvia aunque no se daba cuenta del agua que caía y que poco a poco le había dejado toda la ropa mojada. Corría como si el hecho de poner distancia entre él y Carolina pudiera hacer que nada hubiera pasado, que todo siguiera como estaba haría ¿1 hora? ¿2 horas? ¡Quién sabe! Lo único que le importaba era lo que había pasado. Lo que le había hecho. Aun no se lo creía. Él... él la había... No, no era capaz siquiera de pensarlo. No podía ser real, todo tenía que ser una pesadilla. Una horrible pesadilla. Pero sabía que no era así, que no estaba en un sueño que lo que había pasado era tan real como el aire que le empezaba a faltar por culpa de la huida. Sabía que no la volvería a ver, excepto en sus recuerdos y en sus peores pesadillas, que por seguro que serían revivir aquél momento o situaciones derivadas de él. ¡¿Cómo había podido?! Él la amaba. Sí, la amaba con locura. Sin contar el último medio año los últimos tres años habían sido maravillosos; los mejores de su vida sin duda alguna. Aún se acordaba de cuando y como se conocieron, de lo mal que se cayeron hasta que una semana después se habían encontrado en esa entrevista en grupo para una plaza comercial que ninguno de los consiguió pero que los obligó a charlar durante el viaje de regreso a sus casas. Hoy hacia tres años y una semana. Lo sabía perfectamente porque a la siguiente semana se declaró y empezaron a salir... y ahora ya no volverían a verse... y todo por su culpa. No importa lo que pueda decir la gente, sus vecinos, sus compañeros, sus amigos o su familia nadie será más duro que él ni nadie mejor que él mismo podrá decirle las mejores palabras para hacer de su vida un infierno sin salida. Si al menos lo hubiera querido, pero no, él no quería hacerlo ni sabe por qué lo hizo pero lo hizo y ya no hay vuelta atrás. No hay vuelta atrás pero tampoco hay nada delante.

La imaginación es sorprendente, este texto lo he empezado a partir de la idea de un chico corriendo con la intención de dejar algo atrás pero en ningún momento pensaba que escribiría un texto tan duro como considero que me ha quedado. ¿Tú qué opinas?

martes, 18 de agosto de 2009

El camino

No sabía donde se metía pero sí que se adentraba con mucha ilusión a este mundo de los blogs de historias.

No sé dónde me meto pero sí os puedo decir que me adentró con mucha ilusión en este mundo de los blogs de historias. No sabría deciros si actualizaré muy seguido o de vez en cuando pero lo que sí que tengo claro es que no quiero publicar ningún texto por obligación; sólo lo haré por placer y porque quiera compartirlo con quien quiera pasarse por aquí. Supongo que lo mejor que puedo hacer es dejaros con la primera historia que os enseño para que la compartamos.


Abrió la puerta y empezó a andar tranquilamente, sin prisas, mirando a su alrededor, fijándose en las personas que pasaban a su lado sin verlo, en la luz que alumbraba la calle, las tiendas y casas que habían a ambos lados, los carteles de publicidad, las palomas que había un trozo más adelante, en unos chiquillos que iban corriendo y riendo, en los comentarios altos y las risas de un grupo de adolescentes que hacía nada habían estado a su lado.

Hace ya diez años des de aquella tarde que he descrito; cuando empezó su viaje. ¿A dónde? En aquél momento no lo sabía, sólo salió a dar una vuelta y a ordenar las ideas cuando cayó la noche y sus pies cansados se pararon un momento para descansar, momento en que sus ojos vieron que un par de metros más adelante había una posada y de repente le vino la idea de pasar allí la noche, siempre y cuando el precio fuera asequible. Por la mañana cuando se levantó decidió seguir andando pero esta vez en lugar de dirigirse hacia el centro de la ciudad prefirió ir hacia la estación de tren. Hacia lo más difícil de este mundo: seguir a su intuición, dejarse llevar sin pensar ni razonar nada. Las pocas veces que se ha preguntado si valió la pena salir a la calle esa tarde, en lugar de ver la serie que emitían cada tarde desde hacía un par de años, se responde preguntándose si de haberse quedado en el sofá hubiera recorrido cinco países aprendiendo sus idiomas y viviendo unos cuantos meses o años en cada uno. Antes sabía un poco de todo pero nada y en cambio ahora sabía unas cuantas cosas de todo y de la vida. Quién sabe, quizás si se hubiera quedado en casa algún día hubiera zarpado hacia el otro lado del océano pero a lo mejor no hubiera viajado en un avión como copiloto.

Hace tiempo leyó una épica historia con grandes frases para ser recordadas pero si hay una frase que pudiera firmar como suya sería: “Es muy peligroso [Frodo] cruzar la puerta. Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos no sabes hacia donde te arrastrarán."